La motivación es la fuerza que empuja a las personas a actuar y proponerse objetivos en su vida. Una persona con alta autoestima sabe bien cuáles son sus metas y es capaz de buscar los medios para conseguirlas y resolver los problemas que le puedan ir surgiendo. Por el contrario, las personas con baja autoestima suelen sentirse perdidas, no tienen una motivación clara que les guíe y por ello no son capaces de invertir la energía suficiente para lograr sus metas. Esto suele conducirles al fracaso y, como en un círculo vicioso, reducirá su autoestima aún más.
El desarrollo de estas capacidades comienza en la infancia. Son los padres los que deben motivar a sus hijos a tomar decisiones y llevarlas a cabo, demostrándoles su confianza en sus habilidades. Hay que expresarle que confiamos en que está capacitado. Esto les motivará para conseguir el éxito y les ayudará a superar las dificultades que encuentren en el camino.
Hay un peligro en esta motivación que los padres deben llevar a cabo. Hay veces en que los padres intentan motivar a sus hijos a hacer cosas que ellos desean y que quizá no sean lo que verdaderamente quiere el niño. Así, hay padres que impulsarán a sus hijos a que ponga toda su energía en ser futbolistas o bailarinas porque era lo que ellos hubieran querido para sí mismos, intentando cumplir en sus hijos los deseos frustrados de su infancia. A pesar de hacerlo con su mejor intención, pueden desbordar al niño y hacer que se reduzca su autoestima si no son capaces de cumplir lo que sus padres esperan de ellos. Esto provocará una gran frustración en el niño, además de estar impidiendo que enfoque sus energías a lo que él desearía realmente para sí mismo.
Hay que dejar que sea el niño quien encuentre sus intereses, quien se motive según las capacidades que quiere desarrollar y el esfuerzo que quiera dedicarles. Debe ser él quien elija su camino, ya que esto le hará sentir que sus deseos son escuchados, se comprometerá más con su decisión y no estará presionado por lo que sus padres esperan de él.
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